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El sueño sin fin

de los tertulianos

de Miranda

Un grupo de personas se reúne en Miranda para leer poemas y reflexiones o para comentar lo que ocurre en el día a día del pueblo. Se pretende, así, rescatar la tradición oral, recuperar la historia, difundir las cosas buenas que pasan en este lugar. Perfil de una tertulia que, desde hace quince años, no ha dejado de hacer ni de soñar. 
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Por: Juan Carlos Pino Correa
Fotografías: Angélica Aley
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Quizá no haya hombres más soñadores que aquellos que se reúnen en un pueblo del Norte del Cauca a hablar desde hace quince años de literatura, como si en ello les fuera la vida. Quizá no haya hombres más soñadores que aquellos que, además de hablar de literatura, decidieron un día en un pueblo del Norte del Cauca hacer un programa de televisión, casi con las uñas, para que se emitiera en el canal local.

Quizá no haya hombres más soñadores que aquellos que en un pueblo del norte del Cauca creyeron, como muchos siglos antes en algún lugar lejano y emblemático para la cultura, que el ocio debía ser creativo, pensante, porque de las palabras y de las ideas surgían todos los mundos posibles.

 

Pero este no es aquel lugar lejano y emblemático para la cultura. Es Miranda. Solo un lugar en el Norte del Cauca al que también podríamos calificar de lejano, aunque se encuentre apenas a media hora de Cali. Un lugar donde ahora hace un bochorno seco y pegajoso que agobia la respiración.

 

En una especie de quiosco ubicado en la parte posterior de la Hacienda El Paraíso (otro Paraíso, no el de La María de Isaacs), en las afueras del pueblo, William, Alberto, Eugenio y Robinson se han trenzado en una conversación que interrumpen al vernos llegar. Luego de las presentaciones de rigor nos invitan a sentarnos y a degustar un vino de uva hecho ahí mismo, pese a que aún no es mediodía. Pero no podemos negarnos: queremos saber de qué hablan, qué leen, qué piensan de las cosas que pasan por aquí, cómo es que llegaron a crear esta tertulia de viejos amigos para que, sí, el ocio fuera creativo.

 

“Nuestro ideal es el rescate de la tradición oral. Con base en eso nos hemos impuesto algunas tareas y las hemos cumplido. Estamos empeñados en que Miranda sea conocido, de que a la gente se le quite ese temor de venir a Miranda”.

 

El miedo a venir a esta zona de Miranda y Corinto no se incubó ahora apenas, con la agudización del conflicto armado, el crecimiento de los grupos subversivos o paramilitares, la intensificación de los cultivos ilícitos y las masacres, sino que viene de antes, casi desde el día de marzo de 1965 cuando Harol Éder, presidente de la junta directiva del Ingenio Manuelita, fue secuestrado y asesinado por guerrilleros de las Farc. El primero de una larga lista.

 

Pero en ese tema de sangre los contertulios no profundizan demasiado ahora, más interesados en contarnos la historia de su grupo cultural y en insistir casi con devoción que los mueve el deseo de “recuperar la historia de Miranda porque si la historia no está escrita se va a perder”.

 

Inicialmente, los fundadores de la tertulia se reunían los miércoles en la noche en la Casa de la Cultura. Leían libros, intercambiaban opiniones, conversaban. Luego se tomaron un ala del parque. Aún ahora siguen ahí, pero en el teatrino, los días jueves, previa solicitud escrita. “Miranda debemos empezar a difundirlo por los amaneceres y los atardeceres que tiene: queremos dar a conocer todo eso”.

 

En ese lugar comparten los poemas, escritos en una rima que podría entenderse como un tanto sencilla y quizá facilona. Pero es que, para ellos, el mundo es Miranda, un pueblo fundado en 1899 y que hoy está rodeado, por un lado, de los cañaduzales de grandes ingenios azucareros y, por el otro, de montañas majestuosas que en las noches parecen ciudades ignotas y misteriosas. La vía al sur conduce a Corinto, otro pueblo asediado por la violencia y estigmatizado por ello, y al norte a Florida, en el departamento del Valle.

 

Cerca de este lugar se escribieron dos grandes obras de la literatura colombiana: El Alférez Real, de Eustaquio Palacios, que transcurre en la Hacienda Cañasgordas, y La María, de Jorge Isaacs, cuya historia de un amor contrariado ha hecho famosa a la Hacienda El Paraíso. Al otro Paraíso, no a este, que sueña con ser, también, un lugar de acogida de turistas pues alguien aquí sostiene, a pie juntillas, que Simón Bolívar durmió una noche en una de estas habitaciones. Y nos la muestra con orgullo. Independiente de ello, los contertulios lamentan que ninguna de las dos novelas hable de Miranda y lanzan algunas hipótesis al respecto, pero luego las olvidan. Las hipótesis y las novelas.

 

Sí, las olvidan pronto.

 

Ahora prefieren decir que de muchas veredas de Miranda los invitan para llevar la tertulia, para hacer alguna jornada literaria y cultural, para adelantar algún conversatorio. Entonces van a recorrer esos lugares, los versos en la boca, la historia del pueblo en bandolera, el entusiasmo sin fisuras. Como si en ellos les fuera la vida.

 

Les va, como soñadores irredentos que son.

 

 

 

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