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Hasta aquí,

el país no llega

Los ciudadanos se indignan frente a muchas tragedias, pero pronto olvidan y se sumen en la indiferencia cuando el relumbrón mediático se apaga. El caso de Yuliana Samboní parece no ser la excepción. Para su familia, el regreso a la patria chica se convierte en la búsqueda de un refugio desde donde levantarse y seguir. 
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Por: Juan Carlos Pino Correa
Fotografías: Angélica Aley
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Decimos que esta tragedia también es nuestra, como en realidad debería serlo, pero en el fondo todos sabemos que termina no siendo así. Porque las palabras, que en unas ocasiones son poderosas, en otras no lo son tanto, o no son más que un simulacro, la expresión hueca de lo políticamente correcto, solo sonidos con un eco sordo e indefinido: el significante sin un significado sincero, sentido. Y más cuando el tiempo pasa implacable y lo envuelve todo con su manto de olvido y de indiferencia.

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Quizá para entenderlo haya que venir hasta aquí, hasta la vereda El Tambo, ubicada en el corregimiento de Los Remedios, municipio de Bolívar, en el sur del Departamento del Cauca. Una tierra de belleza sublime en sus montañas, de un aire frío y límpido, de gente amable y solidaria aunque reservada. Por eso Juvencio Samboní regresó a este, el lugar de su nacimiento, también el lugar de nacimiento de Yuliana, la patria chica siempre tan querida y añorada. Regresó para lamerse las heridas, para exorcizar el dolor, para intentar olvidar, pese a que él más que nadie sabe que no hay olvido posible.

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El país olvida, pero no Juvencio ni su familia devastada.

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El país olvida con premura luego de siempre consumirse en palabrerías, de hacer el ademán de rasgarse las vestiduras, de sumarse con grandilocuencia fingida a los duelos ajenos, de indignarse mediáticamente. El país olvida y se subsume en un elocuente silencio. Cada cual a su juego, cada quien a sus cosas. Y el dolor y la tristeza de otros se diluye porque simplemente son el dolor y la tristeza de otros y se apagan como el crepitar del fuego en una noche lluviosa.

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Pero hay que venir hasta aquí, hasta la vereda El Tambo, hasta el corregimiento Los Remedios, hasta el municipio de Bolívar, hasta el Sur del Cauca, para comprender que el dolor y la tristeza de Juvencio están intactos, que la tragedia sigue viva. Se le quiebra la voz cuando habla, las manos buscan algo que se convierta en un asidero, los ojos se humedecen. Y, con todo ello, cuenta una vez más la historia con toda la entereza posible. Así, rememora el viaje a Bogotá, las ilusiones, el día aciago, el regreso imprevisto, las mentiras de los medios, la vida de ahora, el nacimiento de su hijo, cuyo nombre es un homenaje a Yuliana, la manera de levantarse y seguir… Y no finge un perdón que solo podrá invocar cuando de verdad haya echado raíces y florecido en el corazón.

Y se deja acompañar al cementerio, en lo alto de un cerro que tiene como vista un paisaje esplendoroso y donde el aire es frío y límpido.

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El dolor y la tristeza. Un bello paisaje.

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¡Vaya paradoja!

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Hasta aquí, el país no llega. Y por eso olvida.

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